A principios del siglo XX, la expansión del capital estadounidense por toda Latinoamérica, provocó una reacción adversa entre los novelistas. En las minas y grandes latifundios (especialmente de bananos y otras frutas) y otros proyectos (como el Canal de Panamá) hizo crear un sentimiento antiimperialista muy temprano, que maduraría hasta después de mediados de la centuria, sobre todo tras los conflictos sociopolíticos en Guatemala, Cuba y Chile.
Tras las novelas de corte regionalista, que surgen como evolución del naturalismo o, en términos más generales, narrativa de la observación, representada por el llamado grupo “Los seis de la fama”, entre 1908 y 1929 (La gloria de don Rodrigo, de Larreta; Los de abajo, de Azuela; El hermano asno, de Barrios; La vorágine, de Rivera; Don Segundo Sombra, de Güiraldes, y Doña Bárbara, de Gallegos), surgió una reacción antiimperialista, con una serie de novelas, que serían el enlace directo entre este sexteto y otras más logradas, como las indigenistas (Huasipungo, de Icaza; El indio, de López y Fuentes, y La serpiente de oro y El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría) o la evolución final con el realismo mágico de Miguel Ángel Asturias y de Alejo Carpentier.
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