Analfabetas emocionales

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Vamos a fundar un Club de Lectura en el que vamos a dedicar a leernos. Primero, nos leeremos a los ojos, para descubrir qué hay en el fondo de nuestras almas.
Luego, podremos pasar a leer las líneas de nuestras manos; yo leo la tuya y tú la mía. Y luego, pasamos, sin más ni más, a leernos las otras líneas del cuerpo.

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No me digas nada, ya lo sabía

LluviaHoy llueve dentro de mí,
y nadie quiere mojarse

Hoy presiento que va a llover dentro de mí
Ya huelo la humedad que antecede a la lluvia
Esa humedad que es como el vibrato silencioso que antecede a un terremoto
Donde no se salva ni dios, ni ¡puta, madre!, ni el diablo
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Oda a mis anteojos

Súperman

Si en algo envidio al Supermán con poderes

es que tiene supervelocidad

y es capaz de recoger en el aire

los anteojos de Clark Kent

si es que su hijo se los tira jugando

 

O porque tiene visión de Rayos X

y puede ver incluso cuando

los anteojos se le nublan cuando

toma sopa muy caliente

 

Pero en lo que me debe envidiar el Supermán con poderes

es que él usa sus anteojos para esconderse,

mientras que yo los uso para enfrentar al mundo con valentía

y que me bastan para tener una supervisión 20/20

 

¡Pobre, Supermán! Escondido detrás de su miedo

a ser descubierto y quiere achicarse detrás de los cristales

mientras yo me agrando y no necesito de más

superpoderes para verte

* A Lulú

Irremediablemente

Chaplin

El ambiente apesta, irremediablemente, a cheque,

y los cobradores lo saben.

El trabajador recibe con angustia el pago;

ya no es ni siquiera puede estar contento por unos minutos

sabiéndose que su billetera rompió la dieta

que hizo por casi un mes.

Al terminar su labor, el trabajador se irá,

irremediablemente,

rumbo al banco para sacar su salario.

 

Si tiene suerte, lo atenderán hoy mismo,

luego de sortear una eterna cola.

Todos sufren por lo mismo en la fila,

pero nadie se compadece por el de adelante,

o por el de atrás.

Solamente alcanza para estar pendiente

de que un cajero se apure y se desocupe

para pasar a recoger un sueldo que

lejos de alegrar, acongoja.

Así, los dueños del mundo nos tienen atados;

ellos pagando para que,

irremediablemente,

de inmediato se los devolvamos

en forma de préstamos, alquileres y deudas por cobrar.

La única diferencia es que por algunos segundos

nos sentimos dueños de nuestro salario.

 

El ambiente apesta, irremediablemente, a cheque.

Y los dueños del mundo lo saben.

Se enojan un poco al pagar,

para que no sospechemos.

Apología del subordinado

Businessman shouting at another businessman

Ser jefe es lo peor que te puede pasar. Al principio, cuando finalmente te ascienden, pensás que finalmente lo habías logrado, y que, ahora sí, todo iba a mejorar, no solo para tu economía familiar, sino que para el trabajo mismo, porque seguramente ya estabas harto de tu jefe anterior, quien hizo bien en irse o morirse, o saber qué le pasó, porque ya nadie lo aguantaba, especialmente vos.

En alguno momento, jamás pensaste que asumirías, porque al jefe anterior parecía pegado con chicle en el poder, y creías que difícilmente lo despedirían, ya sea porque era el dueño de la empresa (o el hijo), o bien era alguien de confianza del dueño, así que no creo que lo hayan despedido.

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Camisas grises

trabajo

El día es propicio para que todos en la oficina, sin coordinación previa ni memo del jefe que nos lo haya sugerido, hayamos venido vestidos con camisa gris, presagiando un día lluvioso pero con mucho calor.

Como esos días en que los gurús del emprendedurismo te recomiendan que apliqués el valor de la puntualidad y del servicio al cliente. Por eso, necesitás despertarte temprano, incluso una hora antes de lo normal, para poder llegar quince minutos antes de la hora de entrada, sin importar que tu abuela haya muerto y recién la hayás enterrado, o que tu hija pasara vomitando toda la noche. Esos casos no los ves en ningún manual de calidad total; lo importante es que llegués a tiempo, con tu cara de “trabajo en equipo” y te olvidés del resto del mundo, concentrándote en el ombligo del jefe que solo le interesa cuánto llevás de porcentaje de tus metas cumplidas, precisamente ahora que ya está por terminar el mes.

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Cucharitas de plástico

cucharitas

A cuatro días del fin de mes, esperamos (en la oficina), con mucha ansia el nuevo envío de cucharitas de plástico. Cada vez que llega uno, se acaba pronto, ya que desde hace cuatro años tenemos déficit. Hemos tenido más trabajadores que presupuesto para cucharitas.

Al principio (yo no lo sé, pues aún no trabajaba aquí) solo una persona se quedó sin cucharita. Para el siguiente envío, ya eran 149 trabajadores esperando el envío de 100 cucharitas. Poco a poco el déficit se ha hecho más grande.

Es increíble, pero casi no podemos trabajar en esta circunstancia infrahumana. Por ejemplo, yo tendré que aguardar 257 años y 13 meses para obtener mi cucharita de plástico. Mientras tanto, tendré que tomar mi café sin endulzar, o almorzar sin cucharita, lo cual hace insoportables las condiciones en este lugar. Al menos me consuela que estoy a la mitad de la lista de espera. No quiero ni pensar el caso de González que hace apenas ocho segundos que empezó a trabajar acá, y se ubicó al final de la lista. Probablemente él se jubilará antes de tener su cucharita de plástico. Tendrá que soportar el trabajo comiendo pasteles de cumpleaños con las manos.

Ojalá, algún día, llegue a subir tanto en la escala de puestos para llegar a ser jefe de alguien, aunque sea de González. O quizá me conforme con ganarme simplemente la lotería. En esos casos, me compraría una cucharita de metal, como los jefes y los dueños de las oficinas, que son muy felices y pasan tomando su té de sabores o preparando sus líneas de cocaína con su brillante cubierto.