Vamos a fundar un Club de Lectura en el que vamos a dedicar a leernos. Primero, nos leeremos a los ojos, para descubrir qué hay en el fondo de nuestras almas.
Luego, podremos pasar a leer las líneas de nuestras manos; yo leo la tuya y tú la mía. Y luego, pasamos, sin más ni más, a leernos las otras líneas del cuerpo.

Vamos a leernos sin dobles lecturas, sin leer lo que no se dice, como esos estudiantes que creen que Don Quijote estaba loco, o como esos adultos que dicen haber leído las Mil y una noches y creen que Alí Babá era un ladrón más.
También nos leeremos entre líneas y practicaremos nuestra escritura en cuadernos de doble línea. Aprenderemos a leer, como cuando dices: “¡Eres muy impuntual!”, yo leeré que me quieres decir: “Quiero estar contigo” o “Quiero que vengas”. Y cuando yo te diga: “¿Ya te tomaste tu medicina?”, en realidad te estoy diciendo: “Te amo”.
Así nos leeremos, sin teorías deconstructivas, ni estructuralismos, solo tú y yo. Mis ojos leyéndote de frente.
Luego, nos volveremos a enseñar el abecedario, en el lenguaje del amor, con largos “Ohhhhh”, “Ahhhhhh”, “Mhhhhhh”, para pasar a palabras más específicas, como “Ahí, ahí”, “Sí, sí”, ¡Qué rico!”, o “No pares”.
Cuando ya nos tengamos mucha confianza, es decir, cuando este Club de Lectura tenga muchas lecturas de experiencia, también entenderemos a leer cuando digamos: “Hoy no, por favor”, “Me duele”, o “No me quiero enojar contigo”. Entenderemos y en paz. Al día siguiente habrá nuevas lecturas en tus ojos y en tu cuerpo.
Como cuando algunas personas dicen saber leer y no entienden, u otras personas que dicen saber leer, pero no leen libros (ni cuerpos). Son como analfabetas, pero emocionales.
Y, de vez en cuando, leeremos algún libro de otra persona, para disfrutar y comentar.