Preferiría no tener que explicarte cómo terminé aquí, como todas las noches. Le llaman El Establo, que es el lugar de moda (durante estos seis meses) para gente desesperada como yo.
Llegué aquí, como todas las noches, gracias a mis compañeros de trabajo, en el after office que le llaman, esa excusa de buscar lugares con bulla para evadir la soledad de nuestras vidas y que ponemos como pretexto para evitar el tráfico de la ciudad a la hora pico.
La primera vez vine con un poco de miedo, aunque sí quería venir. Estaba cansado pero con ganas de relajarme, aunque más bien venía para no pensar en ti. Por cierto, ¿en dónde estarás?
Sentía mariposas en el estómago al entrar por primera vez en este lugar. Era desconocido. Había música en vivo y tragos con nombres raros, para que las personas tengan miles formas de conducirme al olvido.
Pero entre más te quiero olvidar, más me acuerdo de ti.
Los primeros días me ilusionaba encontrar a alguien para olvidarme de ti. Sí, encontré a muchas personas, que quisieron suplir tu lugar. Pero no pudieron desplazarte.
La primera noche quise demostrar a mis compañeros de trabajo mis habilidades cazadoras. Sí, había muchas presas fáciles esa noche. Muchos quieren salir a cazar, pero no están dispuestos a acechar. A respirar el aroma de sus víctimas, para conocer su situación emocional y dan el zarpazo sin siquiera querer hipnotizar con la mirada antes.
Esa torpeza la veo cada noche. Borrachos desesperados, que a las 11:00 de la noche creen que ofreciendo una cerveza a una bella dama, esta se va a ir con ellos, cuando una mirada entre la oscuridad puede ayudar aún más.
Mi ventaja es saber que todos nosotros sufrimos de soledad, pero como nadie lo sabe, lo aplico para mi provecho.
Poco a poco los meseros me fueron conociendo. Ya sabían qué mesa me gustaba, que les pido siempre un gin tonic y hasta sabían qué clase de mujer me iba a atraer esa noche.
“En la mesa de enfrente, está sentada una mujer de pelo rizado; ahora fue al baño, pero ya va a regresar. Cuando la mire, me cuenta si acerté”, me dijo una vez un mesero, Raúl, que sin duda me conocía bastante bien.
Y tenía razón. Se lo reconocí con la propina.
Casi siempre logro mis objetivos. No por nada venimos con mis compañeros de la oficina y seguimos compitiendo aquí, no por las metas de ventas y de comisiones, sino en busca del amor.
Solo a veces me falla la cacería cuando, de repente, una canción me recuerda a ti. Cuando eso sucede, la mirada se me apaga y tan solo me queda recostarme sobre mi silla, terminar el trago y esperar a que mis compañeros se cansen de buscar.
Yo también me canso de buscar cada noche, pero el temor a la soledad es más fuerte y por eso salgo a encontrar.
Tu fantasma me atormenta y mientras supongo que eres feliz, me odio a mí mismo por haberte dejado ir y trato de sobrellevar mi vida, en medio de estas escandalosas bocinas con música, que no te permiten escuchar lo que piensas.
En los últimos días he venido aburrido a este lugar que lo conozco de memoria, incluyendo a las personas que lo frecuentan. Estoy pensando seriamente en emigrar al próximo lugar de moda, para ver si tengo suerte, de encontrarte o de olvidarte.
Ahora suena Get Lucky y me parece que es una canción muy triste. Tristísima. Pero eso no me impiden levantarme e invitar a bailar a mi próxima víctima.