Cuando los gemelos bajaron a Xibalbá, seguramente sentían mucho miedo. Quizá ese miedo genético había despertado con las historias de su abuela Ixmukané, que le decían cómo habían muerto sus padres. Tal vez, incluso, les había hecho jurar que nunca volverían ahí.
Pero si algo tiene el Popol Wuj es ese sentido de dignificación de las personas y de los pueblos. Los gemelos sabían que no vivirían tranquilos hasta enfrentar ese destino que había hecho que sus padres fallecieran.
Sí, la muerte de sus padres había sido injusta, como casi todas las muertes, aunque en realidad muchas muertes aún llegando en el momento justo las percibimos, invariablemente, como injustas.
Los gemelos bajaron con miedo. Sobre todo porque sabían que ahí, en Xibalbá, todo seguía siendo igual, con un sistema perverso, en el que llevaban las de perder. Y no había una Corte de Constitucionalidad, o MP, o CICIG, o comunidad internacional que, dada una extraña alineación de los planetas, los ayudarían sin que ellos mismos, los gemelos, movieran un dedo.
Sabían que lo tenían que hacer solos y con las reglas del juego de Xibalbá, cuyo sistema ya había devorado a sus padres. Y a los padres de sus padres, probablemente.
Quizá era las reglas del juego que habían politizado las instituciones públicas. La sociedad se había polarizado y los partidos políticos se han desideologizado. Era un reino de hambre, desnutrición, guerra, impunidad, etc., etc., y más etc. Y aún así, bajaron.
Y vencieron a los Señores de Xibalbá en su propio juego, con sus reglas, las reglas que habían vencido a sus padres, y a los padres de sus padres. Los gemelos quizá se quejaron, pero la historia no captó sus quejas, sino su triunfo.
O sea, la lección debe ser que no sé qué nos pasa, esperando que las condiciones cambien y sean favorables para que empieces a sanar. Si quieres que las cosas cambien, debes vencer al sistema injusto en sus propias reglas de juego.
Entonces, ¿para cuándo nuestro propio partido político?
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