Toda nuestra vida pasa cuando haces tu planilla del IVA. Bueno, al menos la vida del año que recién terminó.
Entre el estrés navideño, las fiestas de fin de año y el inicio del trabajo y las clases, poco tiempo queda para reflexionar sinceramente y hacer una evaluación del año. Por eso, esos diez días hábiles que te da la SAT para preparar tu planilla del IVA y enviarla (y que usualmente terminas haciendo el último día y enviándola a pocos minutos antes de la medianoche) te sirve como una verdadera evaluación.
Te das cuenta de tus hábitos de consumo. O bien, te das cuenta de que ciertamente tienes lugares favoritos para ir a comprar. Y te das cuenta, también, de que debes hacer algo al respecto, como dejar de comer comida chatarra, y empezar a correr, al menos tres kilómetros diarios.
A pesar de que casi siempre estos trámites se hacen con desgano y más corriendo que andando, siempre te causa nostalgia recordar, a través de su factura, algunas cosas que compraste, como los regalos.
Inclusive, solo con ver la fecha en la factura, sin que los números fríos revelen otro detalle, te podrás recordar de lo que compraste en esa ocasión. Y recuerdas los momentos felices que tuviste, así como los tristes, por ejemplo, viendo esa factura de gastos médicos y medicinas de alguna enfermedad de algún familiar y que te hizo desvelarte y preocuparte, y rezar mucho.
Muchos siempre han evitado estos trámites; y hoy por hoy, en que ya no es obligatorio presentarlo, la mayoría se pierde de esta melancolía que te da por revisar todo tu año pasado a través del análisis de tus facturas: las comidas, las fiestas, los regalos, los funerales, los hijos, el dinero que te estafó el plomero, la electricidad, la fuga del agua, el choque del carro, los cumpleaños, las bodas, en fin, todo lo bueno y lo malo que te pasó el año pasado.
Es un sentimiento extraño, y mientras me apuro para ingresar la mayor cantidad de facturas posibles, me doy cuenta de que la vida no vale nada y que por más que gastes, no pudiste comprar la felicidad.